Como si soñar con Freire y Arturo no fuera una cosa infernal, ahora soñé con Vicente Fernández (Cabe mencioar que gracias a Arturo y Ana la vida en la escuela tiene más sentido, de lo contrario sería aburridísima). Yo era don Chente; me encontraba sentado en un jardín. Frente a mí se alzaba una residencia en forma de “n” en medio de la cual estaba yo. La casa era de un estilo rococó a la manera de la fachada de la catedral de Santa Prisca y, se supone, era el lugar donde vivían los Azcárraga; estaba, como debe de ser, en Las Lomas
. Frente a la casa se extendían unos amplísimos jardines tipo Monte Carmelo: escalonados y en forma de colina- coronada, precisamente por la residencia- bellamente decorados con esculturas y joterías.
Desde donde yo estaba podía escuchar a un tipo, que estaba en la entrada de la casa, que me explicaba, a manera de guía de turistas, no se qué cosas con respecto al lugar. De repente apareció otro sujeto que me llamó haciéndome señas. Me dijo que era imprescindible que fuera abajo, a la capilla –porque había una capilla al pie del pequeño monte- pues alguien necesitaba urgentemente hablar conmigo. Ante aquel informe susurrado al oído me levante y me disponía a ir hacía allá cuando escucho los reclamos del sujeto de la casa. Insinuaba que qué bueno que me había levantado porque, de ésa manera, demostraba mi falta de educación, por no ponerle atención, así como la baja calaña a la que pertenecía. “¡Chin, ya la cagué!”
pensé y me detuve en seco.
Cuando me senté para reponerme del bochorno en una banca de mármol apareció Chente al lado mío, ¿Qué no era yo Vicente Fernández? No, ahora era parte de un nutrido grupo de personas que salieron de quién sabe dónde. Había mujeres guapas vestidas a la manera burguesa de los ochenta junto con su hijo, Alejandro, algunos familiares míos: mi papá, unas tías... etc.
Así, sin deberla ni temerla, don Chente se soltó a cantar una canción parecida a aquella que dice: “a mi no me asustan tipos lenguas largas, que sólo presumen para apantallar”; pero en esta ocasión no era ésa la letra sino otra en la que, aludiendo a telenovela chafa, justificaba con una muy mexicana melodía llena de notas sostenidas por horas, eso sí, con un vozarrón, su comportamiento; lo hizo muy bien porque al final quedamos todos contentos, hasta el tipo que lo había regañado en la puerta.
Mientras él cantaba todos le aplaudíamos. Su voz sonaba imponente y hacía cimbrar los cimientos de la propia residencia, nomás oía como hacía temblar todo cuanto estaba cerca de él. Se me puso la piel chinita. En ese momento me fue revelado el secreto de la vida, el éxito y la felicidad: “sólo tienes que hacer lo que te gusta” lo juro por ésta (crucecita) que así de claro lo escuché y, aunque pueda parecer una nimiedad, para mí resultó todo un descubrimiento; “Si es así, ya la hice” me dije sintiéndome sumamente feliz.
Cuanto terminó la canción siguió una música como de intermedio que aprovechamos para abrazar a cada uno de los allí reunidos. Era un abrazo en plano americano seguido de un corte con los créditos. Muy ochentero el asunto:
ABRAZO
CORTE: asistente de dirección …tal
ABRAZO
CORTE: música original… tal
ABRAZO
…Y así hasta que terminamos la primera ronda de abrazos. Estábamos tan entusiasmados que seguimos con una segunda ronda al tiempo en que el público nos aplaudía.
Obviamente, la culpa de que el ídolo de la canción vernácula mexicana haya aparecido junto a su hijo, que ha degenerado hacia el pop, en mis sueños, es culpa de mi mamá. Recuerdo que de chiquito ponía a todo volumen sus canciones una y otra vez sin descanso, intercalando a Joan Sebastián de vez en cuando. No conforme con eso nos teníamos que chutar cada película de Chente que pasaban en el 9.
Tengo miedo de que mis sueños continúen por este camino. Quién sabe con quién diantre vaya a soñar hoy. Tengo mucho miedo.
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